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Viernes, 27 diciembre 2024
Argentina
31 de diciembre de 1969
Informe

La soja es peronista

Las primeras semillas llegaron en el tercer gobierno de Perón. Armando Palau fue el principal impulsor. Años después, Felipe Solá permitió el uso de granos transgénicos que le dieron el último empujón. Historia del “yuyo” que salvó las cuentas

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Elogio a la traición es un libro en el que los escritores franceses Yves Roucaute y Denis Jeambar aseguran que la falta de fidelidad política es clave en la transformación de la historia. Perfectamente se puede trazar un paralelismo en la reciente crisis del campo con el Gobierno nacional. Desde el Estado se ha tratado despectivamente a la soja como “un yuyo”, y la oleaginosa ha sido el motor principal de la recuperación económica. Suena como una traición. Más aún cuando la ofensiva viene del peronismo; es que desde la doctrina justicialista se les dio embrión al nacimiento y desarrollo del cultivo. La soja es tan peronista que fue el mismísimo Juan Domingo Perón quien habilitó su ingreso al país. Lo ha dicho varias veces el periodista especializado Héctor Huergo, lo ratifica el hijo de quien se encargó del primer arribo de semillas.

Hasta 1973, el producto de exportación por excelencia en la Argentina de hoy era sólo tema de estudio en diferentes facultades de Agronomía. Los visionarios le atribuían un futuro promisorio gracias

a su alto valor proteico. Es lo que veía Armando Palau, un ingeniero del noroeste de la provincia de Buenos Aires llegado al flamante tercer gobierno de Perón. Desde la subsecretaría de Agricultura, el joven entusiasta convenció al general, y obtuvo el permiso para traer de Estados Unidos la semilla que ya tenía cuotas de éxito en Brasil. Así, dos Hércules arribaron con la novedad.

No fue fácil la promoción. Incluso los medios de la época llegaron a acusar al ministerio de Economía de disfrazar la operación, y hablaban de presunto contrabando de electrodomésticos en los vuelos efectuados por naves de la Fuerza Aérea. Tampoco Palau tuvo una tarea sencilla para instalarla. Debió convencer a amigos con grandes extensiones para hacer las primeras pruebas de rendimiento, como así también a cerealistas para la multiplicación genética. Fueron de mucha ayuda los grupos CREA, de pequeños y medianos productores.

El principal impulsor de la soja perma-neció poco en el gobierno. Se fue cuando murió Perón, perseguido por la Triple A (vaya paradoja, desde hace algunas sema-nas la soja y los crímenes de la AAA ocupan varios centímetros en los diarios y muchos minutos en radio y TV). “Militaba en un grupo impulsor de políticas agropecuarias que contemplaran todas las realidades del país y las realidades sociales del campo argentino; era un grupo del humanismo peronista que encabezaba José Ber Gelbard”, dice Palau hijo.

A pesar de la caída del gobierno constitucional, los pioneros continuaron con el cereal cuyo destino era la exportación. El crecimiento del cultivo fue constante, pero a ritmo cansino, durante la última dictadura y el gobierno radical de Raúl Alfonsín.

Antes de la vuelta de la democracia, Palau fue convocado por el candidato justicialista a la Presidencia, Italo Luder. La victoria radical no permitió que volviera a la Secretaría de Agricultura, pero asesoró a los gobernadores del PJ. Luego Palau presidió la Comisión Agropecuaria del partido, y comenzó a trabajar, de la mano de su amigo Luis Macaya, para el programa de gobierno de Antonio Cafiero en la Provincia. En el grupo había un in-geniero inquieto e interesado en la soja: Felipe Solá.

Tras la muerte de Palau, la posta la tomó quien años después fue gobernador de Buenos Aires. Durante la presidencia de Carlos Menem, Solá ocupó la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca, y tomó la decisión política de permitir

la utilización del gen RR (resistente al Roundup -una marca de herbicida-), que hace resistente la soja a los venenos combativos de otras malezas. De esta manera, con la utilización de glifosato y el método de siembra directa, la oleaginosa recibe el impacto más importante para su impresionante expansión, triplicando en pocos años la superficie sembrada y casi cuadruplicando los rindes por hectárea. Además, se da inicio a una evolución tecnológica e industrial para pro-veer de los elementos adecuados a los productores.

También al peronismo corresponde la decisión política de usarla como usina de recursos que servirían para cubrir necesidades básicas en un país devastado por la crisis. Eduardo Duhalde aprobó la sugerencia del ministro de Economía Jorge Remes Lenicov, y pese al pataleo del campo, se instalaron las retenciones. Su progresiva suba operó directamente en la gordura de las cuentas fiscales. Ahora, en pos de la redistribución de la riqueza, la suba de lo pretendido por el Gobierno desató el histórico paro y abrió una nueva discusión en el país.

Algunos consideran que “el Gobierno absorve y no devuelve, y después acusa al productor y a los pooles de ser los responsables exclusivos de la degradación de recursos”. Creen que para que ello no suceda debe haber políticas de Estado adecuadas. Lo que nadie discute, pese a comentarios despectivos desde el mismísimo Gobierno, es el origen y expansión peronista de la soja.

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