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Argentina
15 de septiembre de 2021
REUNIóN Y DESPUéS

Ciegos, sordos, mudos

Por Hernán Sánchez / El hermetismo que se pretendió imprimir a una reunión política, en la que los intendentes quisieron evitar a la prensa y dejaron a un hombre desesperado sin una respuesta sencilla quizá sea una caprichosa y pequeñísima muestra de lo que le pasa al oficialismo, y por qué no advirtió el tsunami.

Ciegos, sordos, mudos
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Gorra visera negra, remera gris, zapatillas que clamaban a gritos recauchutaje y un pantalón adidas tradicional (el azul con las tres tiras blancas) con muchas batallas y pocas bateas. El tipo se acercó despacio, observó un poco alejado el movimiento en la puerta de ingreso de vehículos de la Gobernación sobre la calle 51. Debió preguntarle a alguien a qué se debía el movimiento y se quedó. Enfrente, en el exclusivo Bazar X, nuevo faro gastronómico de La Plata, una parrilla empezaba a largar los primeros aromas de carne asándose.

El tipo se acercó a un grupo de periodistas, entre los que me encontraba, y habló sin que nadie le hiciera alguna pregunta: “Yo estoy mangueando para ver si puedo comprar una garrafa”. Lo miramos. “No muchachos, a ustedes no les voy a pedir porque sé que están trabajando”, dijo después como si se disculpara de antemano.

“¿Creen que alguno me dará una mano?”, preguntó. No esperó respuesta ajena, se la dio a sí mismo con una frase llena de esperanza: “Uno nunca sabe, hay gente buena acá y yo solo vengo a pedir una mano para comprar una garrafa”. Esperó con más ansiedad que nosotros, expectantes por una respuesta aunque fuera vaga sobre la larga reunión que los intendentes de la Tercera sección electoral mantuvieron en la tarde de este miércoles con el Gobernador y una parte de su gabinete.

El hombre, que no tendría más de 40 años, emprendió un monólogo con frases hilvanadas, consistentes, con entonación firme y sin errores de dicción, sin insultos ni puteadas. Anoté algunas frases: “Yo no fui  a votar, pero sé lo que hay que votar”; “somos muchos los que sabemos lo que puede pasar, pero esta gente debe entender que así no se puede vivir”; “hablan de la carne, de que va a bajar, pero yo no puedo comer carne”. Hasta buscó la sonrisa de los presentes con una frase que pretendió ser graciosa pese a su dramatismo: “vivo a alitas, en cualquier momento salgo volando de tanta alita”.

Varios intendentes habían ingresado a la Casa de Gobierno caminando por la entrada de 51, pero a la hora de salir la orden para los choferes fue que ingresaran los autos por el portón de 53 y salieran por el de 51, con el único objetivo de esquivar a la prensa. Algunos, como siempre, respetuosos del trabajo periodístico, atendieron pocos minutos después por teléfono.

El tipo seguía ahí. Le hizo señas a un par de autos que salieron. Nada. La impactante Land Rover blanca de un histórico jefe comunal tampoco se detuvo. Pasaron dos camionetas más, flamantes, de fabricación nacional. Las señas del hombre quedaron vacías en el aire. Su paciencia se colmó más rápido que la de los cronistas y fotógrafos, acostumbrados a largas guardias por las que se transitan charlas sobre el tema en cuestión y trivialidades al por mayor. El tipo esperó un auto más parado de frente al portón, sobre la calle. El auto lo esquivó. 

Decidió no esperar más. Quizá en la plaza y antes que cayera la noche, juntara los morlacos con los que pudiera comprar la garrafa. Antes de irse se dirigió a los guardias. “No es con ustedes muchachos, pero díganle a Kicillof que se vaya a la mierda”. Fue su único insulto. Igual, nadie escuchó, nadie habló, nadie vio. 
 

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